Argentina, 1904 | Servicio Meteorologico Nacional.

Argentina, 1904

En 2024 se cumplen 120 años de la fundación de Orcadas, la primera estación argentina en la Antártida, que marcó un antes y un después en la presencia de nuestro país, y del mundo, sobre los hielos. En esta nota, ahondaremos en algunas de las historias que precedieron a ese primer gran paso y también en las primeras mediciones meteorológicas en la estación. 

Autor: Yamila Bêgné


Al inicio de Encuentros en el fin del mundo, el bellísimo documental de Werger Herzog sobre Antártida, el director le pregunta a Stefan Pashov por qué cree que ellos dos se encontraron justo en ese punto del globo, un lugar tan difícil de alcanzar. Pashov, filósofo que en territorio antártico trabaja como conductor de una máquina elevadora, contesta algo tan precioso como todo el film de Herzog: “Este lugar funciona casi como una especie de selección natural para las personas que tienen la intención de saltar del mapa; y entonces nos encontramos acá, donde todas las líneas del mapa convergen”.
A lo largo del camino de nuestro país sobre territorio antártico, hay muchas de esas personas y muchas de esas historias, y conforman los cimientos de la presencia argentina en el fin del mundo. Un primer avistamiento en 1815, una esforzada misión de rescate y una estación hoy centenaria, en la que tuvieron lugar las primeras observaciones meteorológicas sistemáticas en suelo antártico: estas son las coordenadas de los primeros pasos argentinos en el continente blanco. Recorramos este camino sobre el hielo.

Paralelo 65, 1815
Corría 1815. Faltaba todavía algo menos de un año para que en nuestro país fuera proclamada la independencia, pero hacía mucho que la lucha estaba en marcha. A bordo de la fragata Hércules, nave insignia de la segunda escuadra de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el coronel Guillermo Brown ya había batallado, y salido victorioso, contra las fuerzas realistas en la isla Martín García, durante marzo de 1814. Fue al año siguiente que Brown se propuso ganar el océano Pacífico Sur y combatir también allí contra los enclaves de la flota española, y zarpó de Buenos Aires en septiembre de 1815. Pero entonces los vientos se alzaron, y tanto la fragata como su compañero, el bergantín Santísima Trinidad, fueron arrastrados hacia el sur, más allá del paralelo 65. En ese punto, todo se calma. Y, como Brown mismo registrará luego en Acciones navales de la República Argentina, sospecha entonces, por esa peculiar tranquilidad, por esa mar “muy llana, con horizonte claro y sereno, sin malos signos”, que están cerca de tierra firme. A partir de esa aventura, nuestra historia afirma que Brown divisó la Antártida en su expedición, y que por eso, en honor a su bergantín, se conoce como Península Trinidad al extremo norte de la Antártida.

Isla Paulet, 1903
Ya en los primeros años del siglo XX, en 1903, un rescate entre témpanos se convertirá en símbolo de la presencia argentina sobre el hielo antártico. El geólogo y geógrafo sueco Otto Nordenskjöld había iniciado su campaña de exploración en los primeros meses de 1902, a bordo del Antartic y con Carl Anton Larsen al comando. En la primera etapa, Nordenskjöld recorrió la costa oeste de la península y realizó un trabajo de rectificación sobre la cartografía del belga A. de Gerlache. Luego, el capitán descendió en la isla Cerro Nevado, donde iba a pasar el invierno y realizar mediciones magnéticas y meteorológicas. Junto a su equipo de cinco hombres, que integraba también el alférez argentino José María Sobral, montó una caseta prefabricada en Suecia, que en pocos días quedó armada. 
Mientras tanto, el Antartic ya había encarado hacia las islas Malvinas. Cuando, en el verano siguiente, Larsen puso nuevamente rumbo sur para ir al encuentro de Nordenskjöld, el barco quedó encallado entre los hielos; su capitán y diecinueve tripulantes se refugiaron en la isla Paulet, donde improvisaron una vivienda de piedra para la invernada. Como si fuera poco, antes del naufragio final del buque, un pequeño grupo ya había desembarcado para intentar llegar a Cerro Nevado a pie, pero tampoco pudo avanzar, así que también ellos tuvieron que construir una caseta improvisada. Sin noticias de la expedición, en abril de 1903 Suecia encendió las alarmas y Argentina ofreció su asistencia. En tiempo récord se cambió el motor de la corbeta Uruguay, se le sumó más espacio de almacenamiento, se reforzó el casco, se emplazaron nuevos mástiles y velas y se colocaron protecciones en popa y proa. Y así zarpó al rescate el 8 de octubre, desde Dársena Norte y al mando del teniente Julián Irízar. La travesía fue con suerte: en la isla Paulet, dieron con el grupo de náufragos del Antartic, y con su ayuda pudieron rescatar también al resto de los expedicionarios. La corbeta llegó a Buenos Aires muy dañada por las fuertes tormentas y los hielos, pero fue recibida por “una grandiosa recepción”, anota Sobral en su registro de viaje, “debida a la generosidad sin límites de un pueblo entusiasta”.

Orcadas, 1904
El 21 de enero de 1904, en su Diario del estafeta, Hugo Acuña, el primer argentino en izar la bandera en la isla Laurie de las Orcadas del Sur y quien también tuvo a su cargo la primera estafeta postal antártica, rememora con hermosas imágenes su partida hacia el hielo: “Navegábamos entre faros el Río de la Plata. Nos paseábamos por sobre cubierta, tristes y silenciosos, con los ojos fijos en Buenos Aires, pensando en los seres queridos que dejamos atrás y viendo con pesar, desaparecer, uno a uno, los últimos puntos luminosos, bajando cada cual a su camarote, unos a descansar, yo a escribir estas líneas y a pensar en los míos, que en un año no veré, y quizás… no sé… pero muy bien puede suceder que no vuelva más a mi querida Buenos Aires. ¡Tantos peligros nos esperan!”.
Un mes después, Acuña, con el resto de la expedición, viviría uno de los momentos más importantes de la trayectoria argentina en Antártida: la fundación de la estación Orcadas, la primera de carácter permanente. Sin embargo, la historia había comenzado mucho antes, en 1902, cuando el científico polar William Bruce partió hacia el sur, al comando de la Expedición Antártica Nacional Escocesa y a bordo del buque Scotia. El objetivo de Bruce era alcanzar el mar de Weddell, pero los hielos le impidieron llegar. Entonces, decidió encarar hacia las islas Orcadas del Sur; fue allí que organizó y ensambló una vivienda y un observatorio meteorológico, donde, con su equipo, invernó durante 1903. Ese mismo año, en su paso por Buenos Aires, ofreció las instalaciones al gobierno nacional, que aceptó la propuesta y adquirió la estación por cinco mil pesos. El traspaso se hizo oficial el 22 de febrero de 1904, aunque ya había sido establecido por el decreto del Poder Ejecutivo N° 3073, del 2 de enero de ese año.

Medir, contra viento y marea
Con la estación ya en funcionamiento, aquella primera expedición que integró Acuña se aboca, entonces, a realizar las primeras mediciones meteorológicas. El esfuerzo es inmenso; el compromiso también. Eso queda claro en el Diario del estafeta, donde, ya desde los últimos días de febrero, Acuña deja constancia del modo de trabajo: “Hoy me levanté a las cuatro y media para seguir la guardia. Como las observaciones se toman de hora en hora, tengo que hacer tiempo, pues el trabajo es de cinco minutos por hora, y me paseo por todo el istmo”.
A lo largo de todo el escrito, resulta evidente la constante ocupación meteorológica de todo el equipo. Es, especialmente, el viento lo que más dificulta el trabajo; vientos que, sin embargo, quedan registrados con el detalle de sus valores, a partir de mediciones realizadas con un anemómetro que había sido instalado el día mismo de la fundación de la estación. Anota Acuña el 30 de marzo: “Esta madrugada hasta las 8 ha soplado constantemente el NW con una fuerza de 85 k por hora, he tenido que luchar con el viento al ir a tomar las observaciones”.
También la presión atmosférica conforma, para el equipo, una preocupación vital. El día de Pascuas de 1904, con una fuerte nevada, la inquietud aumenta particularmente: “El barómetro ha bajado mucho, nunca desde el año pasado ha estado tan bajo, marca a las 8 p.m. 717-25. Esto nos tiene muy inquietos, pues el SE empezó a soplar a las 5 de la tarde y ahora sopla bastante fuerte; si sigue mañana el mar nos lleva la casa. Dios quiera que no suceda así porque sería nuestro fin”. Las predicciones, desafortunadamente, se cumplen: al día siguiente se desata el temporal. Ese evento extremo los pone en peligro de vida, pero a la vez da cuenta, tal como surge del Diario, del compromiso y la dedicación puestas en lograr observaciones a pesar de todo.
“El SE soplaba con terrible violencia, lo único que queda en pie son las paredes de piedra, el mar nos rodea por todos lados”, escribe Acuña. Con la casa en riesgo, deben guarecerse en el gabinete magnético, “desde donde contemplamos, sin poder hacer nada, cómo el mar azota la casa [...] si esta se derrumba, adiós de nosotros pues se nos va la ropa de abrigo”. Las cosas empeoran, el riesgo de que el mar los devore es real, y sólo llegado ese punto las mediciones se interrumpen, aunque no todas: “A las 7 y media a.m. el nivómetro voló por los aires [...] Las observaciones se han suspendido, no tomándose más lectura que las del barómetro”. Pero ni bien las condiciones se muestran un poco, y sólo un poco, más amables, las observaciones se retoman. Así lo anota Acuña: “Se regularizaron las guardias, teniendo que despejar a fuerza de hacha las casillas de los aparatos”.
Luego de ese comienzo riesgoso, y desde junio de 1904, las mediciones se van haciendo más y más sistemáticas; tan es así que Acuña se toma el trabajo de, día a día, dejarlas asentadas en su Diario, bajo la forma de una tabla. Así, hasta el final de la expedición, en diciembre de 1904, aparecen en su escrito los valores que arrojan, en tres mediciones diarias, el termómetro seco, el termómetro húmedo y el barómetro, como así también las cifras de la temperatura superficial del mar y la velocidad de los vientos. El 25 de diciembre, días antes de que llegue el relevo, Acuña toma nota, por última vez, de los valores meteorológicos:

B. = 739.55   740.33   738.80   

Temp. = −1.04   −0.5   −1.3   

V. del v. = 27.28    37.7    17.0

“Así ha pasado nuestra Navidad de 1904”, concluye. Y así, gracias a ese esfuerzo constante, contra viento y marea, Orcadas es una de las estaciones centenarias reconocidas por la Organización Meteorológica Mundial. Es que en el punto del mapa donde las líneas confluyen, hay una línea más: la que dejan, cada día, quienes trabajan para que la historia argentina sobre el hielo se continúe, también, en nuestro presente.


 



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